sábado, 15 de mayo de 2010

Sangre y fantasmas: lucha del bien contra el mal.

*Crónica*


Ni el frío ni la lluvia fueron impedimento para que los estudiantes de la Facultad se aglutinaran alrededor del ring. Hombres y mujeres por igual: algunos enmascarados; otros más con camisetas de luchadores. Alboroto. Letreros que anuncian tortas de queso de puerco, películas, refrescos… No hay indicios de luchadores; se genera impaciencia; apenas se anuncia la primera llamada, los gritos emergen. En el ambiente se comienza a elevar la temperatura. Una voz en off, a lo lejos, anuncia que “ya están en el camerino los emisarios del cosmos”. Abucheos, palabras floridas, de ésas que la cultura popular nos ha heredado. Siento emoción de estar a menos de medio metro del cuadrilátero azul.
Se anuncia la tercera llamada y aparece en escena “Orlandooo eeel fuuriosso”, el réferi, quien es melena larga, castaña y rizada, camisa negro y blanco; botas mineras, negras también. El público entonces abunda en “recordatorios a su progenitora”. El hombre se comporta como celador que pretende ganarse el respeto de los reclusos: violento, altanero, amenazante. Gritos, sonidos guturales que evocan a los seres de la época cuaternaria. Los espectadores dejan de ser estudiantes impregnados de teoría social para convertirse en jóvenes primitivos que no desean más que el momento del combate.
Se anuncia ya “La eterna lucha entre el bien y el mal, entre lo prehispánico y lo contemporáneo que tomará forma en el cuadrilátero”. Llegan ya los gladiadores. Aparece el “Dragón Junior” en botas negras con cintillas rojas, trusa y taparrabos con un letrero: “puro chocomilk lagunero”, motivos aztecas en su máscara con alusiones a un dragón dual. Acto seguido, “Sangre Azteca” se integra al ring. Aplausos. El público enardece. Sangre, Sangre, se escucha casi al unísono. Evidentemente es el lado oscuro, o mejor dicho, el bando rudo el que prevalece en la preferencia de los aquí llegados.
Se integran también “El Hijo del Fantasma” y “Fantasma Junior”. Ellos son los técnicos. No reciben la misma cordialidad ni entusiasmo.
Primera caída: Dragón y Fantasma Junior. Llaves, manotazos, vueltas; nada fuera de lo común.

Las mallas multicolores. Las botas tan lustradas, brillantes, van de un lado a otro del ring. Los pectorales al descubierto, los músculos en tensión. Flashes de cámaras, lluvia de luces efímeras aquí y allá. Fantasma tiene en sus mallas un eclipse que brilla. A Dragón le destacan los músculos como a ninguno. Entran al cuadro del dolor El Hijo del Fantasma y Sangre Azteca. Luchan con enjundia. “Duro, duro, como si fueras hombre, rómpesela”, eran las consignas más usadas. El ring provocaba un ruido seco al caer los cuerpos, al golpear las botas contra él, al azotarse y azotar al contrincante: intercambio de luchadores. Se salen del ring; el público grita. Excitación. Son los técnicos quienes se llevan la primera victoria.

Segunda caída. Sangre Azteca arremete contra Fantasma Junior; parece que quiere aniquilarlo. Ambos encarnan la perenne lucha entre la luz y la oscuridad, entre el día y la noche, finalmente entre rudos y técnicos. Manotazos más fuertes, cachetadas. Muecas de dolor en ambos guerreros, la bota en la cara, en el pecho. El codo entre el brazo del otro, sudor, fuerza, técnica histriónica disfrazada de brutalidad. Posturas perfectas y estéticas de dos contrincantes que luchan por el poder sobre el orden del cosmos. Ahora se integran nuevamente Fantasma y Dragón Junior; la lucha se vuelve dinámica entre los cuatro. Se pegan y se lanzan desde la tercera cuerda. Se muerden, patean y agreden. Groserías desde el público. El réferi modera; da la victoria al lado oscuro.

Tercera y definitiva caída. Comienza intensamente: ya los rudos golpean a los técnicos hasta debilitarlos casi por completo; pretenden despojar de sus máscaras a los técnicos; desatan sus agujetas de los occipitales. Algo sucede que no consuman su fechoría. Arde la gente. Arde el ring y las gargantas que no dejan de emitir las más floridas palabras. “Soy su padre”, grita Sangre Azteca, recibe insultos y alabanzas en la misma proporción. Se confían los rudos y pierden terreno. Con agilidad los técnicos se apoderan del cuadrilátero. Coartada perfecta: la unión. Es Sangre quien se queda sin máscara. Son los técnicos los que golpean, los que se apoderan y mandan.

Pelea limpia, llena de sudor, ausente la sangre que yo esperaba ver derramada sobre el ring, o a unos metros de mí. Así concluye la pelea, con el bien triunfando sobre el mal. Lástima por los rudos, los favoritos, mis favoritos.

Foto, Tina Hernández: Lucha en Políticas

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