sábado, 15 de mayo de 2010

Del cafetal a la ciudad: producción de café orgánico


Ana Aguilar

Melvin Isael López es originario de Lachihiri, una comunidad del Istmo de Tehuantepec. Su padre era cafetalero. Melvin y sus hermanos ayudaban con la siembra, pero no fue sino hasta 1972 que su padre murió y el peso de la cafetalera cayó sobre él.

“Mi jornada laboral comenzaba a las seis de la mañana y terminaba a las seis de la tarde, pero en realidad yo no sabía todo el proceso que lleva la siembra y el cuidado del café. Cuando se fue mi padre, yo no tenía claro cómo organizar a los trabajadores. Jamás pude ejercer el poder como él. Mi padre sabía si fiar, si dar permisos. Yo de eso desconocía.

“Sentí que el mundo se me venía encima. Me quedé solo, con mis hermanos y con mi madre. Ella misma insistía en que mejor vendiéramos la tierra. Había buenas ofertas, pero yo sabía que ése era el patrimonio de mi padre.

“Más adelante empecé a asistir a al iglesia, con un obispo holandés. A través del estudio de la biblia y la interacción con su cultura, pude darme cuenta de cómo podía relacionarme mejor con las personas. Se formó una comunidad de amigos con intereses religiosos; entre todos nos ayudábamos. Comenzamos a realizar servicios comunitarios. En rancho Buenavista arreglábamos casas, hacíamos trueque de productos y entre todos veíamos por la comunidad.

“Hasta que un día, por fin, nos organizamos con el cafetal. Los señores confiaban en que yo no los explotaría. Esto se dio en un periodo de cinco años. Fue la conquista cultural a través del amor a los demás. Durante este proceso perfeccionamos las técnicas del cultivo de café, aprendimos a realizar un producto más natural, sin pesticidas, totalmente orgánico.

“Decidimos vender nuestro producto más allá de Gebea y Santa María, que era nuestra zona. En ese periodo desapareció Imecafé, nuestro principal comprador. Entonces tuvimos que darlo a los coyotes. Pero eso no duró demasiado. Gracias al apoyo del obispo Wanderhoff es que pudimos exportar por primera vez. En 1982 comenzamos con Holanda, pero también exportamos a Francia, Alemania, Italia y Suiza. En Bélgica tuvimos socios que vinieron a capacitarse para llevar el grano a su país y procesarlo. Se consumó nuestra Unión de jóvenes indígenas”.

Confiado, Melvin, en que había elaborado su producto bajo estándares de calidad altísimos y en que ya lo había exportado, decidió venir a la ciudad para comerciar. Fue un gran choque cultural. La gente no valoraba el café y menos aun su manufactura orgánica. Por verlo como indígena, lo discriminaban y querían pagarle poco. Afortunadamente ha sido paciente. Se asoció con otros productores y formaron ORGACOMIN para apoyarse entre todos sin perder su identidad ni sus modos de producción originales. Grandes firmas cafetaleras han intentado absorberlo, pero Melvin pugna por la no explotación y el mantenimiento de la originalidad.




Melvin ha ido perfeccionando sus técnicas de inserción en el mercado, paso lento pero con una gran aceptación. Actualmente ofrece café en diferentes presentaciones y con distintos tostados y mezclas para complacer a distintos paladares. Presenta su producto en ferias y en su propia oficina, ubicada en el Centro de la Ciudad.
Esta enrrevista se realizó en el marco del Coloquio Precios, costos e ingresos del cafetalero, realizado en el Instituto de Investigaciones Económicas y el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario